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martes, 1 de octubre de 2013

Simple, pura y llana justicia

Ya para nadie es un secreto el pleito ranchero entre los árbitros mexicanos y el rojinegro Matías Vuoso. Hace pocas semanas, traté ampliamente la ineptitud de los árbitros al cobrar cuentas pendientes al delantero de los Zorros, concretamente Miguel Chacón, en el juego entre Atlas y León.

Hace apenas una semana, otra vez el tema fue Vuoso y el arbitraje, aunque esta vez todo se lo marcaron a favor, incluidos dos penales que no debían ser señalados. Ahora fue el otro Chacón, Francisco, en una más que desafortunada coincidencia.

Y como la tercera es la vencida, los elementos para analizar el motivo que habrá tenido Antonio Pérez Durán para no ir al manchón penal tras la clara, nítida, inobjetable y evidente zancadilla de Reynoso al mismo Matías, ya no me dejan lugar a dudas: Le abrieron comanda a Vuoso por los dos clavados del sábado pasado, y le entregaron la cuenta el domingo en el Omnilife.

Además de estos hechos acumulables, no sólo de este torneo, sino de varios atrás, hay una estadística escalofriante que no podemos dejar pasar. Matías Vuoso es el jugador en la liga mexicana que más faltas comete por partido, sean sancionables o no. También en innumerables ocasiones, ha cometido graves faltas sobre sus rivales, que los árbitros no han atinado a sancionar con la merecida tarjeta roja. Ignoro de dónde les habrá salido la conciencia de todo esto, pero están confundiendo gravemente la información que reciben, que les permitiría ser más acertados en sus apreciaciones, en lugar de convertirse en simples jueces y verdugos de una ley que nace debajo de su calzoncillo.

Vamos aceptando que Vuoso es un tipo problemático, que merece la atención detallada de los equipos arbitrales, y que en muchas más de las veces que podrían ser aceptables, se sale con la suya con trampas o patadas violentas que no se castigan. El asunto es que si el partido pasado le marcaron un penal que no era, no hay motivo válido para dejar de sancionarle el siguiente fin de semana, uno que sí fue.

No es de mi total agrado lo que voy a exponer a continuación, pero es una crítica más a la calidad de instrucción que reciben nuestros árbitros. Para esto, vamos a remontarnos a mi época como dirigente de los árbitros de Jalisco.

Cuando un árbitro me contaba alguna mala experiencia con un jugador o director técnico de la Tercera o Segunda División, siempre le proponía la siguiente reflexión: “A los amigos, justicia y comprensión; a los enemigos, simple, pura y llana justicia”.

¿Qué quiere decir esta fumada metafísica? Muy fácil. Si nos encontramos un equipo, jugador o entrenador que es leal, no da problemas, es respetuoso y amable con los árbitros, existe la posibilidad, dentro de los márgenes de la justicia deportiva, de dispensarle algunas concesiones en hechos aislados. Tolerar un reclamo, inclinar el color de la tarjeta a la amarilla cuando podría ser roja, pero queda dudosa, y casos por el estilo. A los enemigos, al contrario. Si hay un jugador que constantemente trata de engañar, que es mala leche, que reclama e insulta, la consigna era clara, al estilo Giuliani: Cero tolerancia. Pero ojo, cero tolerancia no significaba inventar faltas, anular goles absurdos o dejar de señalar penales del tamaño de una casa.

A Pérez Durán no le explicaron que Vuoso fue culpable de engañar a Chacón en el Atlas vs Veracruz, no en el Clásico Tapatío. ¿Quieren hostigar a Matías, señores del silbato? Amonéstenlo a la tercera falta que cometa, el reglamento se los permite y lo más seguro es que eso suceda en el primer tiempo. ¿Quieren castigar al “Toro”? Amonéstenlo en la primera barrida temeraria que cometa, nuevamente el reglamento está de su lado. O qué tal estar bien atentos y mostrarle la amarilla cada que simule una falta. Si Paco Chacón lo hubiera aplicado, Vuoso ni jugaba el domingo por haber sido expulsado después de dos clavados.

La mayor carencia de nuestros árbitros, es la incapacidad para dejar de lado su ego desmedido, y aplicar el inmenso poder que tienen en el silbato con inteligencia y el reglamento bajo el brazo. Lastimosamente, inteligencia y arbitraje han estado un poco distantes en los últimos años, ya que si las decisiones de la cúpula carecen de esa capacidad humana para echar a andar las neuronas, no podemos esperar que los subordinados lo hagan diferente.

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